martes, junio 28, 2005

Pepe Espada


Pepe Espada decía que era un pez. Si alguien le preguntaba el porqué de su aspecto humano, le contestaba que era un error genético, pero que él era un pez de agua salada y volvería a su aspecto natural, o es qué nunca habían leído a Kafka y el proceso de una metamorfosis.
Su casa se encontraba entre las rocas, era de color azul añil como sus diminutos ojos. La casa olía a mar, ese olor que sólo sientes cuando metes las narices en alta mar, olor a sal, miles de seres vivos y agua. Las paredes estaban forradas de papel de burbujas con el que se protegen las cosas para que no se rompan cuando las mandas por correo. Se enfadaba mucho cuando alguna visita se apoyaba en las paredes y tic tic las iba reventando con el dedo. 'Son mis burbujas, mi aire, lo más parecido a mi verdadero hogar debajo del agua' reprendía enfadado.
- ¿Dónde están tus escamas? 

 Le cantaban los niños cuando se metía en el agua día tras día, con una especie de aletas en los pies de fabricación casera.
'Estos niños, no aprenden nada en el colegio ¿siguen sin leer a Kafka?' pensaba mientras hacia sus ejercicios respiratorios antes de meterse en su mar. 

Ese día de agosto la playa estaba llena de gente, se sumergió y más de cincuenta minutos después lo arrastró hasta la orilla un aturdido bañista.
- Abran paso, no sé la de tiempo que lleva hundido en el fondo.
Pepe Espada abrió de golpe los ojos y comenzó a sufrir tales espasmos que no podían contenerlo entre siete hombres. Cuando llegó la ambulancia estaba ya con el rostro amoratado y sólo sufría unas débiles convulsiones.
- ¡Doctor, este hombre se ha ahogado!—gritaba el camillero.
- Este hombre ha muerto con los pulmones encharcados de oxígeno - dijo el médico sin apartar la mirada del cuerpo sin vida de Pepe Espada, del reducido bañador turquesa, de las aletas de goma caseras, de un brote de alga enano que parecía crecerle del hombro y de un par de peces diminutos que llevaba adheridos en el brazo y que ya no respiraban.