jueves, octubre 25, 2007

Prossima Fermata: FIRENZE

Firenze, es un lugar tan genuino, que me cuesta escribir sobre él sin hacerlo en italiano. Es como un pecado de los que se perdonan, pero no se olvidan, como si le dañaras en su orgullo más interno.
Firenze me ha desconcertado. Me ha dejado perpleja, no sólo por la belleza de sus calles, de las casas, de esas aceras inexistentes, del suelo desigual, del caos de las bicicletas que circulan a su aire como tantas otras cosas allí; sino por la naturalidad con la que se mama como de la teta materna el arte en todas y cada una de sus vertientes incluidas las más absurdas. Ya que a fin de cuentas qué es el arte sino un absurdo de la imaginación y la distorsión de la mente del ser humano.
Es como ese amante que te llevará hasta el paroxismo para quizá arrebatarte después en un segundo lo que te ha cedido, la extenuación a la que ha llevado tus sentidos, te expulse de entre sus brazos y no te permita dormir a su lado. No importa. A quién podría importarle. Es un riesgo imposible de dejar pasar. Y paradójicamente Firenze te otorga la tranquilidad esa que no sabes dónde pusiste, o que puede que tiraras sin darte cuenta a la basura, o se perdió, véte a saber cuándo. Te relaja por más que lo invadan por sus puntos principales millares de energúmenos cámara y plano en mano.

No importa, ella está preparada como un buen mercenario para combatirlo, y te proporciona puntos por donde escapar en todas sus vías, entre sus casas, sus tejados, sus puentes.
Firenze es como un cuadro pintado por miles de manos. Un lugar donde todo tipo de insecto inusual es bienvenido.
Non posso dire molto di più di questo viaggio improvvisato. Una macchina, una strada piena di curve e un arrivo. E poco di più. Ma mi sento dentro una calma e tranquillità, che in poche occasioni ha trovato la mia anima. Penso che adesso Firenze è diventata una grande nemica di quel posto che ho trovato in un altro tempo.
Sono tornata, ma non so se ancora sono qui o là. Ma sono alla fine io, che è veramente l'importante.

viernes, octubre 12, 2007

VIDA ANTERIOR

XII La vida anterior

Mucho tiempo viví bajo espaciosos pórticos,
los soles del mar los teñían con mil focos,
sus altas columnas, rectas y majestuosas,
en los atardeceres evocaban cuevas basálticas.

Las olas, en su balanceo de imágenes celestes,
de modo solemne y místico iban mezclando
los pujantes acordes de su honda música
con los colores del poniente en mis ojos reflejados.

Ahí fue donde viví en tranquila voluptuosidad,
entre cielos y oleajes y esplendores
y esclavos desnudos impregnados de perfume
que con palmas me refrescaban la frente
y cuya tarea exclusiva era intensificar
el doliente secreto causante de mi dicha.


LA VIE ANTÉRIEURE XII

J'ai long-temps habité sous de vastes portiques
Que les soleils marins teignaient de mille feux,
Et que leurs grands piliers, droits et majestueux,
Rendaient pareils, le soir, aux grottes basaltiques.

Les houles, en roulant les images des cieux,
Mêlaient d'une façon solennelle et mystique
Les tout puissants accords de leur riche musique
Aux couleurs du couchant reflété par mes yeux.

C'est là que j'ai vécu dans les voluptés calmes,
Au milieu de l'azur, des flots et des splendeurs,
Et des esclaves nus, tout imprégnés d'odeurs,
Qui me rafraîchissaient le front avec des palmes,
Et dont l'unique soin était d'approfondir
Le secret douloureux qui me faisait languir.

Charles Baudelaire. Le Fleur du mal (Las Flores del mal)

Baudelaire lleva ya 150 años removiendo las mentes, las entrañas y el alma de cualquiera que se acerque a oler aunque sólo sea uno de sus pétalos.

Imagen: La Pompe Nôtre-Dame
Date : 1861
Auteur : Charles Méryon

jueves, octubre 11, 2007

La pared


14 de julio
Al volver he sentido que había gente en casa. Un rato después cuando he subido a su estudio he visto que no era así. Sólo está él sentado en el suelo. Seguramente está trabajando en alguna idea de su proyecto y no he querido molestarle. He bajado las escaleras de madera sin tan apenas hacer ruido. Para qué mentir. No tengo ganas de hablar con él. Ni de que él tenga que hacerlo conmigo. Ya no me escucha y yo tampoco. Antes se lo decía de broma, cuando con todo el pelo alborotado se levantaba de su mesa y salía del estudio. Ahora ya no hay ni siquiera ironía en nuestra vida, mucho menos en nuestras conversaciones.

15 de julio
Al levantarme me he dado cuenta que no estaba en la cama. Ni siquiera ha venido a dormir. Su lado está intacto. Ni una sola arruga. Lo que me ha hecho recordar lo poco que me muevo mientras duermo. Sigue en su estudio. Subo antes de irme a trabajar. Está todo patas arriba. Ha arrancado el papel de una de las paredes y apoya la cara contra ella. Parece dormido. Le grito que qué demonios ha hecho. Se despierta sobresaltado y veo que lleva sobre la cara las marcas del horrible estucado que inicialmente cubría esa pared.
Masculla algo así como que es por el nuevo proyecto y me da la espalda apoyando la otra mejilla en la pared quedándose en una especie de letargo desesperante.

Ha pasado una semana.
Ya ni siquiera me contesta. Ni siquiera sé si come lo que le subo. Cuando vuelvo por la noche todo es un caos. Nuevo, diferente del anterior. Va arrancando las capas de esa maldita pared como el que pela una cebolla. Ya ha quitado el estucado, luego dos capas más. Hay restos de diversas vidas y épocas sobre el suelo. Luego por la noche de madrugada no sé en qué momento lo recoge y al día siguiente vuelta a empezar.
– Acabaras sin pared maldito loco. Le grité un día. Y no sé por qué eso pareció calmarle. No volvió a arrancarle nada más. Le dejó las pocas entrañas que aún le quedaban tranquilas.

No responde a mi cariño, ni a mis gritos de madre en apuros, ni a mis suplicas de esposa desconsolada. He probado con todas las clases de plañideras de pago y auténticas que existen y no hay nada que hacer. Y siempre esa horrible sensación de que alguien se ríe de mí a mis espaldas. De que alguien observa como nos alejamos tanto que ya ni siquiera podemos escucharnos. Ni aunque queramos. Y ya nadie quiere.

29 de julio
– Ya no sé qué puedo hacer. Antes aún me contestaba aunque fueran monosílabos, ahora ni eso doctor. Pasa las horas y los días ahí tal y como le ve, sentado sin hablar.

– Bueno, vamos a ver, usted trabaja.

– Sí claro.

– Él no.

– No exactamente. Es arquitecto y estaba estudiando un proyecto muy importante.
– Ya... y no lo ha conseguido.
– Pues es que no lo sé. Yo suponía que sí, que por eso estaba todo el día encerrado arriba en su estudio. Pero ahora me hace usted dudar. Tampoco hemos hablado del tema. ¿Pero es que no lo ha visto? No se levanta del suelo con las narices pegadas a la pared.
– Podría perfectamente tratarse de un caso de depresión. Usted trae el dinero a casa, es la triunfadora y él un fracasado. Puede arrastrar este problema desde hace tiempo y es ahora cuando ha explotado.
– No me cuadra. Él no es así. Demasiado orgulloso para sentirse inferior a mí.
– Esa actitud no es la correcta.
– Lo siento, pero verlo ahí como un...
– Sí, está claro que necesita ayuda.
– Sí, está claro. Y que yo no puedo más. Ha dejado de darme pena. Ha dejado de darme todo.

Al pasar las yemas de los dedos de arriba a abajo por la pared notó como ésta se erizaba. Se erizó como si se tratara de la piel de una adolescente. Se separó sobresaltado y pensó que llevaba demasiadas noches sin dormir. Demasiadas noches y días ahí arriba encerrado en proyectos inexistentes, sólo por no tener que salir fuera. Pero al volver a acercar las manos volvió a sentirlo, a sentirla. Fue entonces cuando le arrancó las telas que horriblemente la cubrían cuando notó que se comportaba como una mujer desnuda avergonzada de su cuerpo. Estaba lleno de bultos, de granos que a él se le antojaron hermosos. Y pasó toda la noche besándolos, acariciándolos, durmiendo sobre su hermoso, frío y feo cuerpo.
Decidió dejarla lo más bella posible. Era arquitecto, era su trabajo, su especialidad. Armado como el mejor de los cirujanos plásticos de Hollywood le arrancó todas las partes sobrantes, hasta que se dio cuenta que si seguía intentando quitar todo lo horrible que la había ido cubriendo con los tiempos, se quedaría sin nada, sin ella. La bruja de su mujer por una vez podía tener razón. Así que se limitó a dormitar a su lado, a vivir a su lado.
Ahora ha decidido traerle un médico. Eso es buena señal, señal de que ya ha claudicado, de que pronto se irá y les dejará tranquilos y en paz. El buen doctor y ella han entrado en el estudio como si no hubieran interrumpido nada. A nadie. Y al marcharse como siempre su mujer cierra la puerta de golpe. Él sabe que lo hace a idea. Para dañarla, para hacerle daño.


– Ay – se escucha a ras del suelo. Es un leve, casi imperceptible quejido de hembra herida. Y él como tantas veces se agacha y coge el pequeño pedazo de pared que ha caído por el golpe. Lo acaricia y con la ternura de quien le ha curado muchas veces esas pequeñas heridas, se prepara para hacerlo de nuevo.

Pintando la soledad


Edward Hopper nacido en el estado de Nueva York en 1882, logró marcar un antes y un después en el realismo norteamericano. Sus cuadros tienen un marco geográfico muy definido que suele ser el estado de Nueva York o Nueva Inglaterra, pero ya sean sus paisajes en plena naturaleza o urbanos, nos muestra de una manera tan latente un clima de soledad, de abstracción y cavilación que es imposible no quedarse aturdido mientras uno contempla su obra.

Hopper tiene esa facilidad para que, sin tan apenas darte cuenta, estés intentando inventar o adivinar la vida de las personas que aparecen en el lienzo. O de los que ni siquiera aparecen, ya que gran parte de su obra son escenas con un solo personaje, o calles y paisajes totalmente desiertos.
Quién no ha fantaseado alguna vez con los personajes de esa barra de bar en plena noche, tan cerca unos de los otros pero tan alejados y solitarios. (Nighthawks 1942). Qué podría ser de sus vidas o qué sucedería después de ese café. Ha inspirado pensamientos, relatos e incluso libros.









El viajero solitario, seguramente viajero por obligación, más que por decisión propia, ha sido genialmente retratado por Hopper.Un ejemplo (Habitación de hotel 1931):Nunca me canso de contemplar sus obras, siempre marcadas por un fuerte simbolismo y esa genialidad a la hora de marcar la luz y el color. Hopper, el padre de la melancolía retratada sobre un lienzo.



(Light at Two Lights)

miércoles, octubre 10, 2007

Le quise entre copas...

Le quise entre copas. Entre hielos con formas redondeadas, ron, y rodajas de limón que me zampaba de un bocado. No me gusta el limón, pero a esas horas me encantaba arrancarle el poco jugo que le quedaba de un solo mordisco.
Es curioso, porque no hace mucho me di cuenta. Debe ser porque los sentidos no controlan lo mismo llenos de alcohol. No soy alcohólica. Aunque dicho así, suene a lo contrario. Sólo que hay historias que se gestan por la noche, nacen con su oscuridad, crecen y se alimentan entre el ruido de un bar y mueren ¿Cuándo mueren? Fue cuando me di cuenta que no recordaba cuando murió ésta, cuando me senté a escribirla. Para no volver a olvidarla. Recordamos a tanto cabrón que nos ha perturbado la trama de los sueños y en cambio nos olvidamos de historias que nos pertenecen. Nuestras.


La mía con él, no vio la luz del sol. Sólo una tarde. Una cita absurda y llena de silencios de los que pesan. Cuando oscurecía, por alguna especie de misterio, comenzó a encauzarse, pero buscamos tan desesperadamente la oscuridad total, recorrimos tantas calles en busca de ella y de un banco sobre algún parque donde desaparecer del todo, que agotados después de tan larga caminata nos miramos y sin siquiera un beso nos dijimos adiós. No hubo más citas. De día.
Sí encuentros de noche. Siempre en el mismo lugar. De la misma manera. En algún momento nos perdíamos. Como nos perdimos muchas cosas.

Quizá porque todo comenzó con un concurso. Le prometí un viaje al Caribe el día que me acerqué a él por primera vez. Seguro que me toca y te invitaré a ti. No sé si pensó que estaba loca. Pero se rió. De eso me acuerdo. Y no me tocó.
Luego desencuentros. Mis viajes. Otros viajes, miles de ellos. Él no viajaba. No parecía querer hacerlo. Yo no podía dejar de ir y venir constantemente. Pero de vuelta a casa, de vuelta allí, cuando la oscuridad era hiriente como mi estúpida vida por aquel entonces, volvíamos a encontrarnos.
Sólo pasamos una noche entera juntos. Eso tampoco lo he olvidado. Pero sí las conversaciones, los gestos, las risas, todo se diluye como los hielos, como las copas, las cervezas… Resacas y demasiado ruido, demasiado tarde, demasiado oscuro.
Al final me perdí en uno de esos viajes y no volví. Me marché. Me habría quedado si él me lo hubiera pedido.


Un día hace poco pensé en él. Pensé llamarle y preguntarle si tiene hijos, perros, pájaros, si es feliz. Me gustaría saber de él. Aún no lo he hecho. No creo que lo haga. Por eso escribo su historia. Para no volver a olvidar que es mía, como algunas de esas noches.

Él sí me llamó. Una madrugada dos años después, de eso hará ya unos cuantos años. Me llamó un sábado cuando la noche estaba en pleno apogeo y nos separaban millones de metros de distancia. Y me dijo que me quería, entre copas, pero me quería.