viernes, junio 09, 2006

El juego de los errores y actos psicomágicos varios...



Hay que mirar a la izquierda y ver que ya no da la hora. He quitado el reloj del blog. Nunca he llevado un reloj. No los soporto. Me estresan sus brazos largos y rectos moviéndose eternamente en la misma dirección y su implacable manera de continuar avanzando pese a quien pese. En realidad lo puse por ese mismo motivo, para mirarlo de vez en cuando de refilón y recordarme que tengo que ir a saludar a Garfio, o que debo salir a dar una vuelta con Alicia y su país de las Maravillas.
Un día cuando me di cuenta que lo miraba de frente y empezaba a controlar el tiempo que pasaba dentro de mi casa, le dije adiós con un pañuelo en la mano.

Siguiendo con el walking tour, añadiré para los Clousseau que por aquí se dan cita, que algo en la descripción del título del blog también ha variado. Los días pasan de manera inevitable al margen de borrar relojes o dejar de mirarlos.


Así que hoy, que es el día, que por decirlo de algún modo, se me adjudicó en suerte, he salido a la calle y he comprado esas flores que tantos viajes prometí que llevaría. Después de olerles la cara durante un rato, las he saludado como a los amigos de antaño y les he dejado bebiendo a su aire con Henry Mancini de fondo.


He tirado más de mil bolsas llenas de cajas de esas que siempre me persiguen por mis cajones, las he ido apilando una dentro de otra como si fuera una infinita muñeca rusa, como el mejor gestor de cartón reciclado de todos los mundos y junto con unos cuantos miedos, billetes de avión amarillentos y los zapatos de hierro que me hacen perder siempre el camino de baldosas doradas las he lanzado al contenedor rojo.

Luego he seleccionado entre todas la mejor, la he descorchado y he llenado la mesa de madera del salón de copas de vino, unas junto a otras y con cuidado y delicadeza como se hacen las cosas importantes, las he ido llenando con este reserva que guardamos él y yo.Y él no es un amante.
Me he sentado delante de la mesa y poco a poco han empezado a salir, al principio sólo unas cuantas, luego las suficientes lágrimas para resbalarse y caer sobre las copas, a pesar de sus intentos de alpinistas de prestigio de permanecer en mi cara. Según caían sobre el vino las he ido tirando. Mucho tiempo después y sin casi darme cuenta sólo quedaba una copa, he sonreído y ésta sí la he cogido y me la he bebido de un trago. Un beso donde quiera que estés.

Con el vino en el cuerpo es más fácil ponerme el vestido turquesa con gigantes estampados étnicos africanos de mil colores, recorrer plazas, cafeterías, bares, bancos y entrar, pasearme y sentarme en todos con mi libreta de motivos chinos en la que habré pegado: Soy escritora, ahora mismo estoy escribiendo, pero atención soy inédita y a mucha honra, no saben a cuanta...

El siguiente acto, será quizá el más arduo: pondré el sonido al móvil por un día y que cogeré el teléfono cada vez que suene. Así que sacaré el traje de niña que guardé la Noche de Reyes y esperaré expectante como antes todas las llamadas. Viviré la sorpresa de voces más que esperadas y nunca pensadas, de extraños amigos reencontrados, de enemigos sonrientes, soplaré velas, comeré chocolate y arrancaré papeles de colores con las dos manos.

Por la noche cuando sople el viento y se venga hasta mi oreja a contarme secretos de los sitios que ha recorrido, de las voces que ha escuchado, de los rincones que ha explorado por vez primera, abriremos esa segunda botella y le confesaré que el día ha estado bien, que estoy cansada, que los ojos me pesan. Me dirá que mucha historia pero a pesar de las voces surgidas entre sombras sibilinas y chinescas, qué hay de lo que él y yo sabemos.
Le contestaré que sí, que es cierto, que no se preocupe por mí, porque si me mira, verá que mis ojos enanos brillan aún más que de costumbre esta noche.