jueves, septiembre 10, 2009

IWASAKI en la CIUDAD DEL CIERZO

Mañana viernes 11 de septiembre, a las 20.30 h, en la librería Los Portadores de Sueños (calle Jerónimo Blancas, 4), se presenta el nuevo libro de relatos del escritor Fernando Iwasaki, “España, aparta de mí estos premios”.

Acompañan al autor la escritora Patricia Esteban Erlés y el editor de Páginas de Espuma, Juan Casamayor.


Espero tener el placer de por fin poder saludar a Fernando en persona.

No os lo perdáis, os lo recomiendo.

Un abrazo a todos. (Ya estamos de vuelta).

sábado, julio 11, 2009

CANTOS DE SIRENAS













El olor era nauseabundo. Era una mezcla entre pescado, sal, arena, y un hedor causado seguramente por las algas más muertas que vivas, por mucho que intentaran moverse, que llevaba pegadas en un costado.
− Sé que apesto. No hace falta que sigas hablando conmigo disimulando. Tienes el rostro desencajado.
Negué con la cabeza, al tiempo que la giré para que no viera que me sobrevenía una arcada.


− No sé quién comenzó, siguió y continuó inventando esas absurdas leyendas, historias pueriles sobre nosotras las sirenas de los mares y océanos, o cómo os de la gana llamarnos. Como si fuéramos princesas de plástico. Diosas del sexo y amor con las que jugar en vuestras fantasías nocturnas y sueños adolescentes.


− Toda leyenda siempre suele tomar un cariz absurdo con el tiempo – le dije yo, por decir algo.


− Ya.
Era casi de noche, pero se podía ver a la perfección cada detalle, desde su cuello terso, sus senos rayando la perfección, redondos, blancos y sonrosados, sus brazos marmóreos y hermosos, su cabello lacio que tapaba uno de ellos como sin querer hacerlo; hasta la nube de insectos que como un gorro de playa de hace décadas se arremolinaban alrededor de su cabeza.

− Y antes aún era peor. Hubo tiempos en los que se nos persiguió sin tregua.
Dijo ella dando un coletazo en la arena con su larga cola de pescado, con escamas duras, bastas y malolientes residuos de ese fondo marino del que me hablaba y me hablaba.
No dudé que fuera tan impresionante como lo describía. Podía dar fe de ello por mis insulsas incursiones como submarinista aficionado y los documentales que pasaban por el canal de la siesta, pero en ese momento, sólo sentía el olor, lo que parecían restos de coral en la parte de la cola por donde entraban y salían una especie de bichos negros y las inmundicias humanas que se le habían ido adhiriendo por nadar tan cerca de las playas.

− Como los naufragios o las muertes de marineros de antaño. Será posible… Salir del agua después de tanto tiempo te hace tener los oídos completamente taponados. ¿Nadie se ha preocupado de pensarlo? Pero supongo que es más fácil inventar que nuestros chirridos enloquecedores causan las muertes de aquellos que no supieron doblegar al mar. Intentamos cantarles y por cierto, solemos intentarlo con las canciones que se escuchan en los hoteles, las casas que cada día metéis más cerca del agua. Sólo por resultar educadas, un minuto y no cantaríamos como locas, pero nada. No he escuchado a ningún humano cantar bien con los oídos tapados. Cantos de sirenas…

− Ya, es cierto − dije yo. Sin poder quitar mis ojos de una pequeña espina que llevaba entre los dientes.
Aún así, pensé que dentro del agua, no notaría el olor, tendría la posibilidad de ver maravillas prohibidas para cualquiera que no tuviera aletas y tocar esos senos cuando quisiera.
Ella me extendió la mano y se la di, era áspera, dura como sus escamas, y con las uñas rotas, desgarradas y sucias. Di saltitos en la orilla. No soporto las uñas sucias.
− Qué te ocurre, pensé que después de esta noche estabas decidido a venirte conmigo.

− Es que está el agua un poco fría ¿no?

− Ya…

Dijo ella alejándose sin darme tiempo a reaccionar, dando fuertes coletazos dejándome el olor aún palpable a pescado a punto de pudrirse, escuchando su voz dulce aunque algo desentonada, cantando de lejos el estribillo de una canción hortera de las noches de verano.

viernes, junio 05, 2009

LOS AVIONES

02:00 AM


Ella se dirige a la habitación. La habitación verde. Está vacía. Inmensamente vacía como las calles, como las horas que millones de relojes marcan durante el resto del día por la ciudad. Pasos lentos como el sonido que marcan esas agujas que giran al revés, cucos que salen sin entusiasmo a avisar de más horas. Horas marcadas por tráfico que transita entre sábanas y calzadas. Entre sueños y noches rotas. Entre noches de pasión y noches anodinas. Un cóctel explosivo de sentidos.
Lleva una copa de agua que apoya en la mesilla. Antes bebe un largo sorbo, paladeándolo como si fuera una copa de exquisito vino para compartir en el lecho con un amante. No uno más. No cualquiera, sólo el que su cuerpo llama cada noche, a veces de manera susurrante, otras como esa noche a gritos. Él.
Su cuerpo se estremece de repente mezcla de frío y terror. Como si el monstruo que se esconde debajo de cada cama, de cada somier, fuera a salir en cualquier momento y atraparle las piernas con sus garras. Por sorpresa, a traición. Mira el reloj y se ríe de sus propios fantasmas. De ese miedo a la soledad, que ella misma desea. Soledad buscada y hallada. Lo que deseamos nos asusta. Como nos asusta lo que no queremos.
Sonríe pensando en el lunar que tiene en la espalda a la altura de la nuca. No quiere que lo toque. Como si fuera el botón que dispara todas las alarmas de su cuerpo delgado.
Se acuesta en el lado derecho. Siempre en el mismo lado. En posición fetal. Se encoge y lo siente al instante. El frío gélido y punzante que le atraviesa la cara, los hombros, le resbala por la espalda y le acaricia con manos de hielo el pecho con mezcla de fuerza y desinterés, pero con la amenaza latente de que se queda ahí. Caricia no deseada, ni buscada.
03:00 AMNo puede dormir. Da vueltas. Gira y vuelve a girar. Como el cuarto verde. Verde esperanza cantan poetas, verde relajante dicen, verde para los niños, para los enfermos, para la gente triste… Para ella sólo un color más. Sólo desearía gritar en ese instante a todos esos que inventaron hermosas historias sobre el verde, y traer secuestrada a la Esperanza a esa maldita habitación, tumbarla y atarla en esa cama noche tras noche y preguntarle después de un tiempo si no es capaz de extinguirse, de morirse ella misma en su propio desaliento.
Se ha perdido. A veces le ocurre cuando hunde la nariz en la almohada y encuentra otros olores. Le recuerda los cuerpos que desfilaron por ese cuarto, que desfilan como muñecos de metal recién pintados. Cuerpos que le sobran, que a veces trajo pensando que en ellos encontraría el suyo. Que él arrastro a las sábanas pensando que debajo de las capas estaría ella. Han arrancado vestidos, camisas, botones, piel, buscando lo que ya habían hallado. Qué ignorantes…
Y ahora hay una mezcla empalagosa de aromas baratos, de colonias caras de mujer, de olores de hombre que no son el suyo. Él no tiene olor, ella tampoco. Le da la vuelta a la almohada y es cuando éstos desaparecen. Y desaparece la desazón que le atrapa el interior como un guante de hierro.
Se tumba atrapada en esas sábanas que están en perfecta alineación con sus caderas, sus piernas. Cuerpo trazado con prisa por un dibujante inexperto.
04:00 AMDe repente una caricia sobre el cuello, casi imperceptible, como un resbalar sin querer las yemas por la nuca hasta el principio de su espina dorsal. Escalofrío de calor. Y recuerda. El ruido de los aviones de fondo, puede oírlo. Y al final de la calle un tugurio. El bar casi escondido. Lugar clandestino como ella. Sólo varias personas tiradas sobre la barra. Borrachos de alcohol y carentes de sexo. Hambrientos de todo.
El cruce de piernas sobre la banqueta. El ruido del avión todavía planeando sobre su mente, y esas palabras que le recuerdan que le han abandonado en un aeropuerto, en una puerta de embarque, como se deja el equipaje que no cabe, que sobra…
Y el hombre que entra. Viene también del aeropuerto lleva una maleta negra, como el rimel que le surca los ojos. Y la mira y se sienta a su lado. Ella quiere llorar y bebe un trago largo y rápido. Él le pasa los dedos por los ojos y le quita todo rastro de oscuridad. De tristeza reciente. Y le habla del retraso de su vuelo. Que es de otro país. Ella no escucha el nombre del lugar, pero deja que la mire y la desnude con los ojos. Esa noche sí. Esa noche no le importa que la posea un extraño. Siete horas les separan cada día, dice él sonriente sin dejar de mirarla. Ella está borracha y piensa que debe ser de muy lejos. Y siete horas hasta que salga su avión. Y risas y más copas. Él también empieza a estar ebrio.
El hostal está tan perdido como el bar. Es sucio. Pero huele a limpio. Se dejan caer sobre la cama. Lo mira y descubre con sólo aspirar, sin tan siquiera tocarlo, que ese cuerpo está esculpido para ella. Sólo tiene siete horas para fundirse en él. Él la mira y le quita despacio los zapatos, las medias, el vestido de tirantes que le muestra, lo que ha mostrado a otros, a muchos, en esencia ninguno. Mujer abandonada como una maleta. Dice ella riendo. Él pone su dedo sobre los labios de ella y le dice no con la cabeza. Ella ya no ríe y lo mira. Él la besa.
Siete horas más tarde en la calle se rompen en caricias rápidas y besos como mordiscos de pasión de adolescentes. De portal en portal, de esquina en esquina. Los aviones les miran de fondo. Con la respiración entrecortada se despiden en la entrada. Ella se aleja colocándose el vestido, con el pelo revuelto, escuchando el ruido de sus tacones y de fondo los primeros bostezos, los primeros despertares.
Ahora el aroma como ese día comienza a transitar por su cuerpo. Ya no está encogida como un bebé, se gira, se mueve, se arrastra y retoza entre sábanas blancas y caricias absurdas sin manos y se deja llevar, dónde sea que quiera llevarla él esa noche. Duermevela.


05.00 AM
Él está allí. La cama no está vacía. No está fría. Quema. Sabe que está dormida, pero no le importa. Qué importa. Él ha venido esta noche. Y le mira. Cómo le mira… Como le miró el primer día.
Hace tiempo que su inexistente olor y serena esencia han llegado hasta puntos de su cuerpo que ella misma desconocía y que cada noche que viene, que aparece, le descubre y le cuenta al oído después. Esa noche ni siquiera la toca. Pero la sigue mirando. Y los dos ríen. Con la risa cargada del opio amargo y empalagoso que envuelve el deseo. Con la risa que sale del interior del cuerpo y del alma de los amantes.
Y se pierden entre abrazos, caricias inexistentes, reales. Se hunde en el interior de él, en el suyo propio. En las entrañas de su propio deseo, de su propio sueño, de su amante, de ella misma.

09.00 AM
Despierta. Está despierta. Siempre a la misma hora. Siempre en el mismo instante. De golpe.
Se levanta. Y comienza a oír el ruido de la calle. Los coches. Los niños en los colegios, los relojes…
Jaula de tela que encierra anhelos y encuentros apasionados. Son ellos los amantes. Que no escapan de la tortura de las noches y los días. Pero esa noche le llamó y él vino. Le ha llamado y ha contestado. Lo ha buscado y lo ha encontrado. Como tantas veces. Como viene siempre que ella lo llama. Como acude cuando él reclama su cuerpo, que acerque su espalda a la suya, que enreden las piernas hasta hacer un nudo imposible de soltar.
Son las 9 de la mañana, la luz entra con fuerza por la ventana. La abre de par en par. La mira y ve que no es su cama. Ni siquiera las paredes ya son verdes. Verde esperanza que le cantan. El suelo tampoco es de madera, ahora en cambio es de cerámica, y a cada paso la cerámica va tomando sus formas y dibujos originales. En el marco de la puerta, que ahora es mucho más alto, se para un instante antes de salir. Se queda quieta sobre esa baldosa que mañana tras mañana le hace tropezar, por una esquina rota que hace que sobresalga sobre las demás. Aspira y lo sabe, lo siente, hasta puede escuchar los aviones de fondo. Ha dejado de ser el cuarto verde como tantas noches. Siete horas después, o siete antes, siete horas más o menos qué importa dónde…

sábado, mayo 02, 2009

RESEÑA: Ocho islas y un Invierno


Pinchar en la imagen.

Ese mecenas que ya es mitad Atlántico, mitad Ebro, Antón Castro, me ha dado la oportunidad de realizar una reseña para el sumplemento cultural ‘Artes & Letras’, de Heraldo de Aragón. Una reseña muy especial, al tratarse del poemario: “Ocho islas y un invierno” de Marta Navarro. Todo un lujo y un placer.

lunes, abril 13, 2009

NARRATIVAS NÚMERO 13

Ya está en línea el número 13 de la REVISTA NARRATIVAS.

Con un sustancioso y variado índice, de relatos cortos, reseñas, ensayos... Para todos los gustos.








Podéis descargarlo aquí: www.revistanarrativas.com

Fernando Iwasaki ha tenido la amabilidad de concederme una entrevista para Narrativas, desde mi tierra natal Sevilla. Así como un relato inédito: «Naipes». Todo un placer que ha coincidido sin darme cuenta con el cuarto aniversario de este blog.


Fernando Iwasaki es un escritor con alma de músico. Y esta dualidad se percibe por cual­quiera que adore la música, que disfrute con ella. Se puede sentir al abrir la primera página de sus obras. La maravillosa sensación de estar leyendo con música acompañándonos de fondo, en la más que sorprendente y gratificante aventura de perderse entre sus letras.


“No es que me interesen en particular el amor, el horror, el dolor físico, el erotismo o el fanatismo religioso. Lo que me interesa es mostrar el lado cómico y muchas veces ridículo de la condición humana. ¿Tiene esto alguna finalidad? A nivel programático, ninguna. A nivel existencial, mu­chísimas.”


NARRATIVAS: Juegos de palabras, dichos populares, referencias históricas, una marcada y per­sonal ironía. Uno tiene la sensación en muchas ocasiones que debe volver a leer cada párrafo por­que se ha podido perder algo importante. Tu prosa cómoda de seguir lleva detrás un trabajo de estilo, forma y profundidad impresionante. ¿Eres consciente de que esto puede no ser perci­bido por todos los lectores? Y lo más importante. ¿Le importa a Fernando Iwasaki?

FERNANDO IWASAKI: Del historiador Fernand Braudel y del historiador del arte Erwin Panofsky, aprendí que existen tres formas de «duración» en la historia y tres niveles de significa­ción en el arte. Siempre he buscado esos tiempos y niveles cuando leo una obra de ficción, y siempre he pro­curado definirlos cuando dentro de mi propia narrativa. Soy consciente de que no todo el mundo tendrá ni el interés ni la curiosidad de dilucidarlos, pero también soy consciente de que si el primer nivel no es ni sencillo ni atractivo, a nadie le interesará profundizar en ellos. El tono, el humor y el estilo formarían parte de esa primera lectura y por eso los mimo tanto, pero si alguien desea saber de qué se ha reído, quizás lo que descubra no sea tan divertido.


N.: ¿Qué camino dirías que ha tomado la narrativa de Fernando Iwasaki desde tus inicios, en Lima, hasta la actualidad?

FI.: Mi narrativa no ha cambiado tanto como mi manera de percibir la literatura, gracias a la lec­tura de autores y títulos que en Lima me resultaban inaccesibles o desconocidos, al menos cuando era estudiante universitario. Con esto no sólo quiero decir que ciertos libros no llegan jamás a las librerías latinoamericanas, sino que llegan a unos precios que incluso los ponen fuera del alcance de las bibliotecas (¿cuántos libros editados en Gijón o Zaragoza –por ejemplo– nunca llegan a las librerías sevillanas?). Por lo tanto, creo que mis intuiciones se han enriquecido, en­sanchado y for­talecido gracias a mis nuevas y mejores posibilidades de lectura. No obstante, consciente de la abundancia de títulos he decidido poner un límite a mis publicaciones y de aquí en adelante sólo me quedaría por publicar cinco libros de ficción: dos novelas, dos libros de re­latos y un disparate futbolístico. El resto de mis publicaciones serán ensayos, crónicas y experi­mentos varios.


N.: En general, cada libro tuyo de relatos gira alrededor de un tema concreto: lo fantástico, el ero­tismo, la crueldad humana. ¿Estarían ahí los temas que más te obsesionan como escritor? ¿De qué habla Fernando Iwasaki en sus libros?

FI.: Cada uno de esos temas ha sido abordado desde el humor. Y tienen en común que nadie los relaciona con el humorismo. No es que me interesen en particular el amor, el horror, el dolor físico, el erotismo o el fanatismo religioso. Lo que me interesa es mostrar el lado cómico y mu­chas veces ridículo de la condición humana. ¿Tiene esto alguna finalidad? A nivel programático, ninguna. A nivel existencial, muchísimas.


N.: También parece predominar en tu obra los libros de relatos frente a las novelas. ¿Es real esa preferencia o mera cuestión de oportunidad, simple casualidad?

FI.: Me formé como lector gracias a los cómics y los clásicos infantiles, a los poemas homéricos y los libros de divulgación mitológica. Esas lecturas me prepararon para leer a Lovecraft, Poe, Conan Doyle, Cortázar, Borges y Ribeyro. El veneno de la literatura me lo inocularon los relatos, aunque ello no me ha impedido disfrutar de Stendhal, García Márquez, Vargas Llosa, Nabokov o Tolstoi. La literatura me produce placer en cualquiera de sus formatos y el placer nunca es sec­tario. El placer te puede llevar al vicio, pero jamás a la represión.


N.: Has escrito también algunos ensayos. De hecho, tu formación universitaria tiene que ver con la historia, no con la literatura ¿Sería posible desgajar la figura del Iwasaki-ensayista de la del Iwasaki-narrador?

FI.: El Iwasaki narrador no ha ganado ningún premio porque siempre lo toman en broma, pero el Iwasaki ensayista ha ganado más de uno porque lo toman en serio. A veces me gustaría que fuera al revés y que se tomen más en serio mi humor literario y más en broma mi humor ensa­yístico. Total, el tono es el mismo y la intención también. No obstante, prueba de que no creo mucho en los géneros es mi predilección personal por un libro que titulé El Descubrimiento de España (Nobel, Oviedo, 1996), que no es propiamente ni ensayo, ni ficción, ni memoria, pero que participa de los tres.


N.: Podría resultar extraño que, siendo historiador, no te prodigues en la novela histórica, ahora tan de moda. ¿Qué opinión te merece este género literario?

FI.: La novela histórica contemporánea –suponiendo que incluyamos aquí los templarios, las reli­quias, los cátaros y las catedrales– me interesa muy poco. Además, la credencial «histórica» no hace mejores a unas novelas con respecto a otras. Guerra y Paz o La Cartuja de Parma, por ejem­plo, son felizmente mucho más que novelas históricas.


N.: Al terminar una obra tuya, se tiene la sensación de que has pasado un rato con Fernando Iwa­saki. Y que has pasado un rato entrañable, divertido entre amigos. ¿Te gusta reírte con el lector?

FI.: Me haría mucha ilusión que mis lectores sintieran complicidad conmigo. Si lo consigo, me doy por satisfecho. Por eso me río de mí y procuro que los lectores también se rían de sí mismos rién­dose de mí.


N.: No caminamos por días fáciles ¿En algún momento el tiempo que vivimos y el mundo que nos rodea han hecho peligrar este marcado sentido del humor de tus letras?

FI.: Las crisis son terribles, pero nunca aburridas. Pero no creas que pretendo mantener el re­gistro humorístico en todos mis libros de ficción. He dicho que me quedan dos novelas por escri­bir y la última no será humorística porque no me permitiré ninguna concesión.


N.: Por último me gustaría preguntarte por una amiga común: Sevilla. Mi tierra natal, tu tierra por derecho propio. Con su flamenco, su música esa que tanto adoras, su arte y el de su gente. ¿Es una fuente de inspiración para un escritor o puede ser un peligro para dispersarse entre tanto duende?

FI.: Mi amigo Abelardo Linares –poeta, editor y librero de viejo sevillano– siempre dice que le en­canta nuestra ciudad, aunque no le gustan ni el fútbol, ni los toros, ni el flamenco, ni la Se­mana Santa, ni el Rocío. Por lo tanto, se puede ser escritor en Sevilla sin tener trato con los duendes.

Gracias Fernando.

Espero que disfrutéis con la lectura de este número y por supuesto os animéis a colaborar en el próximo.

lunes, marzo 30, 2009

SING SING SING

Porque es lunes. Porque me da la mismo que hoy sea lunes. Porque es una de mis canciones favoritas, porque si alguien es capaz de hacerte olvidar en qué día estás, ese es Benny Goodman. Y si me apuras te hace creer que es viernes, tienes 15 años y llega el fin de semana.
Porque tengo esto abandonado, por millones de motivos y cientos de miles de letras que tengo que colocar como un puzzle gigante.
Y porque espero que mi encierro dure ya muy poco, dejar de encontrarme a la gente sólo por casualidad en mitad de una calle y poder viajar todo lo que no he viajado estos meses, aunque sea a la Atlántida...

De momento es un lunes, sin lunes y suena: Sing Sing Sing.
A disfrutarla.


lunes, febrero 23, 2009

TIERRA DE CIERZO

Siguiendo con las epístolas, el viernes recibí una que debería tener por título: "Viento".
Esas líneas me llevaron hasta un lugar que a pesar de ser una Estación donde siempre reina el silencio y estár protegida por cuatro paredes, y un fuerte techo, esa noche no podía impedir de ninguna manera que el cierzo parara quieto ni un solo segundo, ni por un instante. Se le podía sentir más inquieto, más fuerte, más arraigado que nunca a esta tierra árida.
La cañas de mano en mano, la cerveza que te salpica en esos movimientos rápidos por quitarse las palabras a la hora de hablar, de opinar, de verse.

Era la presentación del trailer del Largometraje Documental Independiente: “Hijos del cierzo". Al este del Moncayo. Un trabajo sobre los últimos 30 años de la música aragonesa, dirigido por Jorge Nebra.

No sé qué hace que siempre llegue tarde a todos los sitios. Aunque me alegré de llegar.
Rodeada de “Hijos del cierzo” todos ellos despeinados de tanto aire, de tanto talento, de tanto arte, tuve el enorme placer de poder dejar de escuchar sólo en mi casa, o en diversos bares, conciertos… la maravillosa voz de Carmen París y charlar con ella. Lo más curioso es que me levanté mucho después de esa banqueta y me despedí con la sensación de que no la hubiera conocido esa noche. Que la conociera de antaño. Porque lo bueno que tienen los grandes, lo bueno que tiene Carmen es que lleva tanto arte en las venas que se extiende no sólo a sus composiciones, sus letras, ese cóctel de culturas y ritmos, su voz, su arrojo y sus apuestas siempre arriesgadas. El arte le sale por todos los poros de su cuerpo.

Me parece una maravilla de proyecto. Va mucho más allá de un homenaje, o un documental sobre la música. Es algo tan bello como hacernos recordar a tantos artistas, los que siguen, otros que se marcharon, algunos que nos dejaron… Trasladarnos en el tiempo a otras épocas, mejores, peores, diferentes, para escuchar de nuevo su música, sus notas, canciones...
Músicos que han llenado nuestro día a día desde hace décadas. Cuando éramos críos y nos comprábamos sus camisetas, gritábamos sus canciones, o las llorábamos más de una vez solos, sentados en nuestros cuartos llenos con sus fotos.
Que esta tierra seca, estéril, y dura, esta ciudad que está rodeada por un desierto de tantas carencias, también está llena de artistas. Que son de aquí, que vienen de aquí, que son hijos del cierzo.



domingo, febrero 15, 2009

EPÍSTOLAS


Los últimos meses en los que he permanecido encerrada la mayor parte del tiempo entre los muros que cubren mi antiguo edificio para escribir mi siguiente novela; he vivido algo que siempre me ha gustado de una manera especial, he recibido una lluvia de epístolas.
Debo hacer aquí un pequeño inciso para comentar que aún así y a pesar de éstas, añoro las de antaño, las de papel y pluma.


Las epístolas recibidas iban siendo de lo más variadas y por otro lado interesantes y gratificantes. Amigos que se interesaban por mi salud mental, amigos lejanos de allá, amigos de la infancia que me habían encontrado por diversos medios, algún lector y un largo etc.
Una de ellas es la que me llevó a salir de mi caverna para poder saludar en persona y felicitar a Antón Castro por su maravilloso nuevo libro de relatos. Esa mezcla entre realidad y ficción. Sueños y viajes. Cierzo y viento del Atlántico en sus: “Fotografías veladas”.

Tambien comencé a mantener relación epistolar con una persona anónima, pero con la pasión común por las letras. Estas epístolas fueron cada vez más interesantes y fueron creciendo en número y cantidad. Alguien que me pareció especial, con un talento innato aunque desconocido por ella misma y a la que si podía brindar aunque fuera el mínimo apoyo, no sólo no me importaba, sino que me parecía lo más loable que podía hacer.

Más epístolas. Un día como una sorpresa inesperada y más que grata recibí una de Fernando Iwasaki. Escritor al que admiro por su inteligente sentido del humor, (no me importa los que critican la frase: “sentido del humor inteligente”) su ironía, su maravillosa manera de mezclar esos insondables conocimientos históricos que posee con el día a día. Y su más que demostrado talento. A esa primera épistola de Fernando y para mi sorpresa número dos, llovieron más, que nos llevó a un entrañable y maravilloso intercambio de libros. En mi caso mi única novela publicada, que sólo pude aderezar con el dvd de su banda original particular e imágenes, y por su parte con dos obras geniales: “Libro de mal amor” y “El descubrimiento de España”.

Entre letras y páginas que discurrían no siempre certeras y acertadas de mi novela, también seguían las epístolas con esta persona anónima. Ayer me encontré una suya, y no me pregunten por qué, eran unas líneas cargadas de amenazas de todo tipo, insultos, graves acusaciones, que acababan en algo tan dañino y barato de utilizar como que he vendido la enfermedad, la agonía que sufrió mi padre hasta que murió en el submercado editorial. Que ni siquiera lo he sufrido, que sólo me ha servido para poder airearlo a los cuatro vientos.
Vientos que en direcciones erroneas y absurdas recorren las mentes del que quiere hacer daño y no puede. Al menos no con él. Está por encima de subproductos venidos vete a saber de dónde.

Una no puede evitar tener que sentarse, aunque ya lo esté, a reflexionar que realmente esto de las epístolas por Internet tiene algo de surrealista. Te puede proporcionar el placer y la suerte de contactar en un segundo con gente tan grande como Antón, Iwasaki, o ese amigo de la infancia que nunca olvidaste y jamás habrías encontrado, pero también con estos subproductos que como garrapatas se pegan entre la gente. Estamos curados de espantos, al menos yo, que mantengo ese límite que nunca hay que perder entre realidad y ficción. Internet y carne y hueso. Pero están ahí agazapados, no podemos engañarnos.

Y releyendo todas las epístolas maravillosas recibidas los últimos meses y borradas las absurdas, me pregunto qué no habrán recibido tanto grande que hay suelto por el mundo y que abre sus puertas como me las abren a mí, que en el fondo no dejo de ser también una simple desconocida.
Sigo sentada y con más preguntas aún. Qué fue de los cafés, de la cervecita, de las mesas donde te podías mirar a los ojos y en dos patadas ver a quién tenías sentado enfrente.
Porque esto de Internet a veces me hace pensar que viene a ser como los CDS y los vinilos. Hemos avanzado, o en el fondo habremos retrocedido…

sábado, enero 24, 2009

Mi vida con Paul

Mi tía Crisanta Pilar fue maestra de primaria. A día de hoy con 91 años se toma un vermú todos los días y vive sola. Desde que tengo uso de razón me ha regalado: propina, cine y libros. Podría decirse que por ese orden, y siempre en cantidades ingentes. Un día allá por el año de las Olimpiadas y a mi tierna edad de 19 años, mi madre devoradora de libros me trajo una novela de su parte. Le daba la vuelta mirándola por un lado y por el otro con cierta reticencia, y finalmente, no sin dudar, me la entregó. Llevaba por título: “Leviatán” de un tal Paul Auster. Ni idea.
Un par de días después cuando la terminé me quedé tan impresionada que no daba crédito a lo que acababa de leer. Se sumó a ello la total seguridad de que tenía que tirar a la basura lo que había escrito hasta entonces.


A partir de ese momento busqué todo lo referente a ese escritor que llevaba el azar, la casualidad no sólo a formar parte de la vida cotidiana, sino a ser el principal protagonista de sus letras.
El azar, jugar con el azar con esa maestría era algo que no se le había ocurrido a nadie. O al menos nadie lo había manejado como él. Me pareció no sólo genial, sino que logró que volviera a creer que en la literatura no todo estaba dicho.
Le siguieron: “Trilogía en Nueva York”, obra ante la que me sigo quitando el sombrero y me agacho lentamente a la vez. “La música del azar” uno de los libros que más desasosiego me ha provocado. Hasta llegar a esa maravillosa joya, mi libro favorito a día de hoy de toda su bibliografía: “El país de las últimas cosas”. Paradójicamente el que más se desvía de sus habituales personajes y está muy lejos de las calles de ese Brooklyn que él describe como nadie.
Siempre que leo que es una metáfora sobre el infierno, sonrío. No sé si Paul, (a éstas alturas, una no puede evitar llamarle por su nombre de pila después de tantos años), quería lograr eso. Pero en mi humilde opinión, nadie ha plasmado la realidad, una alegoría sobre las calles por las que paseamos, comemos, vivimos como él. La vida misma. Comienzan por explicarnos que es un lugar donde la gente elige y tiene diferentes variantes para poder suicidarse arrastrados por la desesperación, o que puedes morir por el simple hecho de caer al suelo por un despiste. Un lugar donde ni siquiera se sabe a ciencia cierta si es posible o no huir de él.
Para nuestra suerte no sabemos con seguridad cómo son las calles del infierno, pero lo que describe Auster en esas páginas, es imposible que en algún momento de nuestra existencia el ser humano no lo haya sufrido. Un simbolismo que sale de las páginas.





Cuando terminé de leer cada una de sus obras, aconsejé fervientemente su lectura a todo el mundo, casi transformada en hombre anuncio, y luego me senté a esperar las siguientes gestaciones de Paul Auster. No me ha defraudado. Me encantó como se reinventó en “Brooklyn Follies”, mostrando el lado positivo de la vida, una novela curiosa y optimista.
Su última obra: “Un hombre en la oscuridad” viene precedida por frases que la anuncian como su mejor libro. Se trata de una crítica abierta a la guerra de Irak, al mundo en el que vivimos y que emplea retazos de la filosofía de Giordano Bruno pudiendo haber llevado esta teoría en sus manos mucho más lejos. Tiene sus momentos. La genialidad que sólo él maneja para crear un personaje dentro de un simple cuaderno, o en este caso en la mente del protagonista y darle vida es imprescindible.
Pero yo rezo en la oscuridad después de terminarla, para que todos esos miles de nuevos lectores, todos los que le conocen aunque no hayan leído nada suyo, porque ya se habla con naturalidad de “casualidad austeriana” como frase hecha; los que piensan que es un escritor de Best Sellers más, rezo para que indaguen y vayan más allá, y poder conocer todo su pequeño y gran universo. Un mundo cotidiano lleno de acontecimientos no buscados, de vidas, de desengaño y de cruda y dura realidad. Para que paseen por la tierra o por el infierno como prefieran.

El triunfo de Paul Auster a día de hoy es indiscutible. Y es algo que por un lado me entusiasma teniendo en cuenta que tengo la suerte de disfrutar de su talento desde hace mucho tiempo. Aunque en ocasiones me hace sentir como si se tratara de un amigo demasiado famoso que no te dedica todo el tiempo que quisieras. No sé qué pensará mi tía Crisanta Pilar de todo esto. Le tengo que preguntar algún día. Suelo encontrármela cuando menos lo espero. El azar, ya saben…