sábado, enero 24, 2009

Mi vida con Paul

Mi tía Crisanta Pilar fue maestra de primaria. A día de hoy con 91 años se toma un vermú todos los días y vive sola. Desde que tengo uso de razón me ha regalado: propina, cine y libros. Podría decirse que por ese orden, y siempre en cantidades ingentes. Un día allá por el año de las Olimpiadas y a mi tierna edad de 19 años, mi madre devoradora de libros me trajo una novela de su parte. Le daba la vuelta mirándola por un lado y por el otro con cierta reticencia, y finalmente, no sin dudar, me la entregó. Llevaba por título: “Leviatán” de un tal Paul Auster. Ni idea.
Un par de días después cuando la terminé me quedé tan impresionada que no daba crédito a lo que acababa de leer. Se sumó a ello la total seguridad de que tenía que tirar a la basura lo que había escrito hasta entonces.


A partir de ese momento busqué todo lo referente a ese escritor que llevaba el azar, la casualidad no sólo a formar parte de la vida cotidiana, sino a ser el principal protagonista de sus letras.
El azar, jugar con el azar con esa maestría era algo que no se le había ocurrido a nadie. O al menos nadie lo había manejado como él. Me pareció no sólo genial, sino que logró que volviera a creer que en la literatura no todo estaba dicho.
Le siguieron: “Trilogía en Nueva York”, obra ante la que me sigo quitando el sombrero y me agacho lentamente a la vez. “La música del azar” uno de los libros que más desasosiego me ha provocado. Hasta llegar a esa maravillosa joya, mi libro favorito a día de hoy de toda su bibliografía: “El país de las últimas cosas”. Paradójicamente el que más se desvía de sus habituales personajes y está muy lejos de las calles de ese Brooklyn que él describe como nadie.
Siempre que leo que es una metáfora sobre el infierno, sonrío. No sé si Paul, (a éstas alturas, una no puede evitar llamarle por su nombre de pila después de tantos años), quería lograr eso. Pero en mi humilde opinión, nadie ha plasmado la realidad, una alegoría sobre las calles por las que paseamos, comemos, vivimos como él. La vida misma. Comienzan por explicarnos que es un lugar donde la gente elige y tiene diferentes variantes para poder suicidarse arrastrados por la desesperación, o que puedes morir por el simple hecho de caer al suelo por un despiste. Un lugar donde ni siquiera se sabe a ciencia cierta si es posible o no huir de él.
Para nuestra suerte no sabemos con seguridad cómo son las calles del infierno, pero lo que describe Auster en esas páginas, es imposible que en algún momento de nuestra existencia el ser humano no lo haya sufrido. Un simbolismo que sale de las páginas.





Cuando terminé de leer cada una de sus obras, aconsejé fervientemente su lectura a todo el mundo, casi transformada en hombre anuncio, y luego me senté a esperar las siguientes gestaciones de Paul Auster. No me ha defraudado. Me encantó como se reinventó en “Brooklyn Follies”, mostrando el lado positivo de la vida, una novela curiosa y optimista.
Su última obra: “Un hombre en la oscuridad” viene precedida por frases que la anuncian como su mejor libro. Se trata de una crítica abierta a la guerra de Irak, al mundo en el que vivimos y que emplea retazos de la filosofía de Giordano Bruno pudiendo haber llevado esta teoría en sus manos mucho más lejos. Tiene sus momentos. La genialidad que sólo él maneja para crear un personaje dentro de un simple cuaderno, o en este caso en la mente del protagonista y darle vida es imprescindible.
Pero yo rezo en la oscuridad después de terminarla, para que todos esos miles de nuevos lectores, todos los que le conocen aunque no hayan leído nada suyo, porque ya se habla con naturalidad de “casualidad austeriana” como frase hecha; los que piensan que es un escritor de Best Sellers más, rezo para que indaguen y vayan más allá, y poder conocer todo su pequeño y gran universo. Un mundo cotidiano lleno de acontecimientos no buscados, de vidas, de desengaño y de cruda y dura realidad. Para que paseen por la tierra o por el infierno como prefieran.

El triunfo de Paul Auster a día de hoy es indiscutible. Y es algo que por un lado me entusiasma teniendo en cuenta que tengo la suerte de disfrutar de su talento desde hace mucho tiempo. Aunque en ocasiones me hace sentir como si se tratara de un amigo demasiado famoso que no te dedica todo el tiempo que quisieras. No sé qué pensará mi tía Crisanta Pilar de todo esto. Le tengo que preguntar algún día. Suelo encontrármela cuando menos lo espero. El azar, ya saben…