martes, diciembre 19, 2006

Ya están aquí...


Hace unas semanas llegué a casa con unas cuantas compras. Vacié las bolsas y para mi sorpresa no encontraba nada de lo que había adquirido sólo minutos o un rato antes. Todo estaba rebozado de papeles de colores. Los huesos de Jazz en papel dorado, la crema del pelo en otro rojo y negro brillante. Pensé que como un fenómeno natural de difícil solución, las navidades habían llegado ya por la zona. Cada año antes, por cierto.
De niña las adoraba. De adolescente las negaba, era esa época en la que las hormonas están en pleno baile tropical y solía negar todo por defecto.
Más adelante, durante infinidad de años, las aborrecí. Era la sensación de que en vez de ser una época maravillosa, se trataba simplemente de unas semanas en las que las miserias humanas, más o menos importantes, se lanzaban a la cara como una tarta de las películas cómicas del cine mudo. Desde los que se comen el aire tirados en la calle, hasta los que tienen el pollo pero no en la mesa si no por discusiones familiares o el eterno ¿con qué parte de la familia se cena este año? pasando por los que quizá no tengan nada que celebrar, y la presencia brutal de las ausencias. Quizá es pura demagogia, pero qué queréis, era la sensación que me producía el encendido de esas interminables ristras de bombillas con dibujos horteras.

Ahora, sin embargo, pienso que como todo, se sufre o se disfruta en la medida que se le de importancia. Ya no las aborrezco, ni las odio. Las veo llegar como al compañero plasta de la clase o al tonto del pueblo, que sabes que en el fondo no sólo no es malo, sino que no tiene culpa de nada. Está ahí y ya, qué vamos a hacerle…

Al fin y al cabo teniendo en cuenta el precio irrisorio de cada bombilla y lo que duran, al menos en mi casa, los gnomos de las luces también tienen que vivir, al igual que los que trabajan fabricando miles de kilómetros de papeles con dibujos para que envolvamos nuestros regalos, que el resto del año se lamentan de lo poco que se quieren y se sorprenden los humanos unos a otros. Y por qué no, los Reyes Magos se han ganado su derecho a su peculiar trono con creces, por no contar nada a esos millones de pequeños enanitos acolchados por el frío, que les esperan todo un año.
Aprovecharé que mis amigos vienen de los puntos más diversos del planeta estos días, para con un vino (del bueno) en mano, contarnos nuestras miserias y novedades.
Un beso, un fuerte abrazo para todos y una tira espumillón del tornasolado y brillante, lleno de energía positiva para cada uno de vosotros.

Mónica