miércoles, julio 23, 2025

De vuelta de todo. De vuelta de mí.


Durante demasiado tiempo este manuscrito ha dormido en un cajón. 
Una historia nacida entre salas de cine, conversaciones largas y pasados que no se apagan del todo.

Este verano —sin mapas ni viajes exóticos— he decidido volver a viajar dentro de mí.
Y lo estoy haciendo entre las líneas de esta novela que ahora, por fin, he terminado.

Aquí os dejo la sinopsis de Cinema Apocalipto. Los perros del olvido.
Iré compartiendo fragmentos. Y espero que pronto podáis leerla entera.

Gracias por seguir ahí. Siempre.





El Cine Bahía llevaba años iluminando la calle estrecha que lo mantenía oculto. Oculto de miradas que no quisieran verlo, de amores prohibidos, de manos que trepaban por faldas de lana y lino, por pantalones; robos de besos sin la menor traición. Amantes y amores escondidos. Prohibidos. Delante y detrás de la pantalla.


No podría recordar cuántas veces había tocado Sam al piano, una y otra vez: “Time goes by...”; ni cuántas veces Tara se había arruinado, secado y vuelto a cultivar. Aunque sí recordaba, como si fuera hoy, el sonido del guante de Gilda resbalando por su brazo. Las caídas del inspecteur Jacques Clouseau de la Sûreté por ventanas y puertas. La mirada de Igor. Todos tenemos nuestros propios momentos fetiche.


También podría citar miles de películas que explican cómo y cuándo llega el Apocalipsis. Lo mismo da que sea por culpa de habas gigantes que escupen hombres tan perfectos como insípidos, platillos volantes con forma de ensaladera, o Drácula con maquillaje.


Lo que nunca imaginó es que sucedería allí: en sus calles, en las personas que tan bien conocía. Personas que sentaban sus culos y sus almas por unas horas a oscuras, en las butacas de terciopelo granate.


Que el Apocalipsis llegaría sin ruido. Que desaparecerían sin saber dónde buscarles. El peor de los guiones: un Apocalipsis en silencio. Y que, después de irse, los dejarían solos. A ellos. A los más fieles. Nobles ayudantes de vida.


Los perros del olvido.


Y él quería hacer algo para impedirlo.

Y no sabía qué, salvo seguir abriendo las puertas.

Iluminando el mismo tramo de calle cada noche, como si nada hubiera pasado.




Porque a veces, lo único que impide que el Apocalipsis nos trague del todo… es que alguien siga encendiendo una luz.

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